Premio a la vida y obra
de un periodista


Rodrigo Lloreda Caicedo

I. La libertad de prensa

Thomas Jefferson decía que puesto a escoger entre una sociedad con democracia y sin periódicos y otra con periódicos y sin democracia escogería esta última. Era su manera de recalcar el carácter esencial de la libertad de prensa como única garantía efectiva frente al despotismo y la arbitrariedad.

No basta, sin embargo, que los medios sean libres, deben también ser independientes. O sea, capaces de enfrentar las amenazas, los halagos y las presiones de una sociedad influida por la violencia, la corrupción y los intereses económicos. La prensa libre está expuesta a la acción de terroristas y delincuentes comunes interesados en silenciarla o manipularla. Y también a las represalias del poder político y al chantaje financiero de los grupos económicos.

Hay muchas maneras de maniatar a una prensa libre. Algunas como la censura son tan burdas que producen rechazo inmediato, pero hay métodos más sutiles de presión: la discriminación ejercida por los anunciantes, las persecuciones sutiles ordenadas por los gobiernos y las amenazas, cada vez más frecuentes, contra la integridad física de los periodistas.

Lo cierto es que la libertad y la independencia de un medio de comunicación descansan sobre bases muy frágiles y cualquier acción dirigida a socavarlas puede provocar su eliminación. De allí el extremo cuidado que debe tenerse y la justificada preocupación que siempre suscita cualquier medida contra la prensa.

La erguida defensa del derecho a la libertad de prensa no significa, sin embargo el desconocimiento o el menoscabo de otro derecho fundamental. El que tiene el público de exigir, a los medios, una información oportuna, completa y veraz. Lo cual significa que las garantías del periodista deben coexistir con los derechos no menos importantes de los ciudadanos. Y que la misión informativa debe cumplirse con ética y responsabilidad.

Lo anterior cobra mayor solidez si se recuerda que no solo la prensa sino también el público pueden ser objeto de agresión. Los medios de comunicación son injustos cuando actúan con perversidad, asumen posiciones prejuiciadas e informan a medias o fuera de contexto. La tergiversación o manipulación de las noticias es una forma de violencia tan repudiable como la que ejercen los agentes externos contra los medios.

II. Responsabilidades de la prensa libre

Hay un aspecto de la prensa sin el cual todo lo demás, la tecnología, el mercadeo y la renovación profesional de los periodistas, pierde sentido. Me refiero a las responsabilidades inherentes a una prensa libre. Peter R. Kann, entonces presidente y editor de Wall Street Journal hizo, en la SIP, un crudo diagnóstico de las tendencias que más le preocupan sobre la evolución de la prensa en su país.

1) Plantea —ante todo— la necesidad de mantener no solo en los periódicos y en las revistas, sino en la radio y en los noticieros de televisión, una clara diferenciación entre las noticias y las opiniones. Confundir unas y otras abre el camino a distorsiones informativas que prostituyen el ejercicio periodístico.

2) En el campo del cubrimiento noticioso, urge por evitar los estereotipos y buscar la pluralidad de enfoques y opiniones, advierte sobre los abusos contra la privacidad de las personas a nombre de un puritanismo mal concebido y reconoce la indefensión de los ciudadanos frente a los medios.

3) Al censurar el pesimismo de muchos reporteros que siempre suponen y escriben lo peor, descalifica la tendencia a idealizar lo extravagante, lo perverso y lo patológico, y reivindica la compatibilidad del buen periodismo con lo noble y lo positivo.

Es interesante también que el personero de uno de los diarios más influyentes del mundo critique el maridaje de la prensa y el poder y concluya que, ante la imposibilidad de romper totalmente ese vínculo, la prensa se autoimponga la obligación de informar con más exactitud, justicia, decencia y responsabilidad.

No hay que olvidar, entonces, que detrás de las maravillas tecnológicas de la era de la información se esconden muchos abusos y desviaciones y se aprecia mejor la necesidad de un periodismo ético, valeroso, comprometido con unos valores y dispuesto a defender a una sociedad acosada por la corrupción, la violencia y los intereses creados.

III. La prensa en Colombia

En Colombia, la Constitución garantiza la libertad de prensa y el derecho a la información en un marco de responsabilidad social. Son normas, sin embargo que no siempre se cumplen.

La prensa ha enfrentado con valor las duras realidades de un país anormal y se ha visto precisada a asumir tareas de fiscalización y a emprender campañas de interés público que en otras naciones cumplen los organismos del Estado.

El costo de llenar esos vacíos institucionales ha sido inmenso. Si en otros países el ejercicio de un periodismo libre y vigilante conlleva riesgos, aquí esa misión tiene implicaciones casi heroicas.

a) La violencia es, sin duda, la más contundente de las amenazas contra la libertad de expresión. Narcotraficantes, guerrilleros, paramilitares y delincuentes comunes acuden a ella para silenciar a la prensa.

Se multiplican las víctimas. Raúl Echavarría Barrientos, Guillermo Cano Isaza, Jorge Enrique Pulido, Álvaro Gómez Hurtado y Gerardo Bedoya Borrero son algunas de las víctimas más renombradas de una larga lista de centenares de periodistas sacrificados por fuerzas oscuras no siempre bien identificadas. Por desgracia, las investigaciones no marchan y los responsables no aparecen.

La agresión criminal incluye a los medios. Basta recordar las narcobombas contra El Espectador y Vanguardia Liberal y los ataques terroristas contra la residencia de Juan Gómez Martínez y las oficinas de El Tiempo en Medellín.

b) La segunda amenaza más visible contra la libertad de prensa suele provenir del poder mismo. Y no solo a través del control de frecuencias de radio y espacios noticiosos en la televisión, sino también mediante presiones y represalias económicas.

Siempre ha existido algún nivel de injerencia de los gobiernos de turno en el manejo de frecuencias o en la asignación de noticieros. Pero nunca había sido tan evidente y descarada como en el último cuatrienio.

c) Una tercera amenaza contra el derecho a la información es la excesiva concentración de ese poder informativo y sus relaciones cada vez más estrechas con el poder político y económico.

Es necesario reversar esa tendencia o al menos neutralizarla. Si se pierde el pluralismo informativo, se perderá también el pluralismo político. Y si los medios se convierten en instrumentos del poder económico, se distorsiona la libre competencia.

IV. Anatomía de un premio

Hace siete años, las circunstancias políticas y personales me permitieron alejarme de la vida pública y reinsertarme en la diaria aventura de las noticias. Regrese a la provincia con todo lo que eso implica en un país centralizado donde poco de lo que sucede o se dice fuera de Bogotá tiene mayor significación. Lo hice, sin embargo, con profunda fe en la misión fundamental que debe cumplir la prensa libre en una sociedad carcomida por la corrupción y la barbarie.

Emprendí entonces, con un excelente equipo de periodistas, la tarea de hacer desde Cali un diario de gran calidad, capaz de competir, con ventaja, a nivel nacional. Fue un cambio sustancial que afectó no solo la presentación gráfica, sino que involucró una nueva visión de la noticia, más exhaustiva pero a la vez más didáctica, más profunda, pero también más amable con el lector.

Me propuse escribir y opinar. Y hacerlo con independencia y coraje, asumiendo los riesgos de una ciudad que estuvo durante años dominada por los carteles del narcotráfico, y de un país donde el poder, acosado por escándalos, se tornaba cada vez más intolerante y abusivo.

Enfrentar esas realidades, ahondar en la crisis, señalar sus orígenes y emplazar a sus artífices y beneficiarios, ocupó parte sustancial de mi trabajo como periodista. De allí el título del libro La crisis en controversia que recoge más de un centenar de artículos publicados entre 1995 y 1998.

Coincidieron esos escritos con una de las épocas más convulsionadas de la historia reciente del país. En ese lapso, se destapó el lío de los narcodineros en la campaña presidencial y tras la captura de los cabecillas del cartel de Cali, se abrió el Proceso 8.000 cuyas repercusiones no terminan.

Señoras y señores:

Gracias por su presencia estimulante. No puedo negar que me siento un poco extraño por las circunstancias que rodean la entrega de este galardón. Y no me refiero solamente a mi designación como ministro de la Defensa, días después de haber sido notificado del premio, sino el hecho mismo de recibirlo cuando ya no estoy al frente del periódico, lo cual, debo confesar, me produce nostalgia.

Mi perenne gratitud a Seguros Bolívar, a su presidente José Alejandro Cortés y a los miembros del Jurado por esta distinción que me honra y compromete. Felicito de todo corazón a los colegas que hoy comparten conmigo el reconocimiento a su trabajo. Ellos han contribuido con su esfuerzo a ratificar la excelencia profesional de nuestros periodistas. Dedico este premio a mis colaboradores de los últimos años en El País, cuya dedicación y entusiasmo hicieron posible la transformación del periódico.

El componente económico del premio, quince millones de pesos, será donado en su integridad para auxiliar a las familias de los periodistas de escasos recursos que caigan asesinados por razón del ejercicio libre y valeroso de su profesión. El presidente de Seguros Bolívar, José Alejandro Cortés, con el espíritu de filantropía que caracteriza a su organización, me ha ofrecido otra suma igual para conformar así el capital semilla de una fundación dedicada a ese noble objetivo. Estoy seguro que muchas otras empresas, estén o no vinculadas al mundo de la información, contribuirán con aportes para convertir esta propuesta en una hermosa realidad.

Apreciados colegas:

Permítanme que me despoje transitoriamente de mis charreteras de ministro de la Defensa para dirigirme a ustedes como colega.

Hagamos de este un acto de fe en Colombia y en su capacidad de recuperación. Necesitamos crecer pero también compartir y, sobre todo, perdonar. Nuestra responsabilidad como periodistas es inmensa pero también nuestra indeclinable voluntad de servir y construir. Dios nos ilumine y ayude.